sábado, 7 de mayo de 2011

Ciudad

Salía de su pueblo destino a la ciudad, había soñado tantas veces con este día, y por fin llegó. Se mudaba semanalmente con la ilusión de conocer nueva gente, de disfrutar de noches inolvidables, noches en las que se vivían fiestas bajo la lluvia u otras de conversaciones inacabables para ser seguidas por mañanas de sabanas.

Un día tocaba con unos, otros días con otros. No paraban de sucederse situaciones, de aparecer gente que no volvía, de volver a haber gente que cada día significaban más y más. Sucedían situaciones que al principio no comprendía mientras iba de un piso a otro hasta asentarse en lo que llamaría hogar.

El encanto de esa ciudad era conquistador. Su gente lo había cautivado y se sentía como nunca, allí, mientras iba y venía semanalmente, yendo y viniendo a otras ciudades, con la particularidad de la cantidad de visitas a una de ellas en las que dejaba un poco de él cada vez que iba.

Pasaba el tiempo, la gente, y cada vez estaba mejor allí, en aquella iluminada ciudad. Veía a su familia periódicamente, sus amigos eran más amigos que nunca…
Iba y venía de su hogar cuando le apetecía sin vislumbrar a su compañero demasiado que, últimamente, más bien iba que venía.

Un día cayó en esa ciudad que tenía un poco de él, se dio cuenta que la añoraba más de la pensado. Le volvió a fascinar todo: sus grandes calles, esa buena comunicación, la variedad de personas del lugar. Le volvía a fascinar todo, pero todo de forma diferente.

Disfrutó del viaje como había hecho con todos, conoció gente como en todos, y volvió a casa, a su casa como en todos. Se sentó, se puso música y escribió, pues solo así consolidaba el pequeño gran mundo.

Hoy su hogar sabía dónde estaba, mañana tal vez lo forme en otro lugar.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho esta pequeña reflexión, me recuerda a mi época de estudiante en Sevilla, y quizás también a la actual en Barcelona.

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